El Cambio de Corazón

 

Cuenta una leyenda oriental que diariamente un joven oraba
diciendo: "Señor, dame fuerzas para cambiar el mundo".
Ese muchacho, lleno de ideales, pensaba que con un poco de
 esfuerzo podría transformar cuanto existiera a su alrededor.
El percibía limitaciones, equivocaciones, bajezas y pecados,
y juzgaba que el desatar su dinamismo, todo podría cambiar.
Al pasar los años, el joven de antaño llego a la edad madura;
en ese momento su plegaria se había transformado en otra,
más modesta, más humilde:
"Señor, dame fuerzas para cambiar a cuantos me rodean".
Y su ambiciones eran ya más reducidas,
sus ideales no habían muerto,
pero él se había vuelto realista: creía, a base de experiencias,
conocerse y conocer cuanto le circundaba y no se creía un 
heroe, pero aún sentía en su espíritu un dinamismo grande.
Por eso su oración se había transformado.
Pero transcurrieron los años. El hombre ya era anciano.
Una cabellera blanca coronaba su frente
y el caminar se había tornado inseguro.
Entonces, de los labios, medio trémulos, empezó a brotar esta 
petición:  "Señor, dame fuerzas para cambiar yo mismo".
Ese hombre había llegado a la plenitud
y había comprendido que mientras no cambie el corazón del 
hombre, todos los cambios exteriores son inoperantes,
pero cuando en lo interior de uno mismo sucede la 
transformación, todo lo exterior se transfigura,
al iluminarse con una luz nueva la relación del hombre con Dios,
con la naturaleza y con los demás empieza a adquirir
matices desconocidos, que parecería el 
descubrimiento de un nuevo mundo.